Marie Curie by Robert Reid

Marie Curie by Robert Reid

autor:Robert Reid
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Memorias, Divulgación
publicado: 1973-12-31T23:00:00+00:00


16. EL SOPLO DEL ESCÁNDALO

Para Marie Curie el trabajo había sido siempre su tabla de salvación. Una vez más, encontró consuelo en el refugio que le ofrecía su laboratorio. Estaba entonces haciendo las primeras tentativas para preparar el patrón del radio; estaba realizando una serie de experimentos sobre las variaciones de la actividad de varios radioelementos en función de la temperatura; y proyectaba además emprender algunos trabajos comunes con ciertos colegas interesantes que había conocido durante los congresos internacionales. Todo ello al mismo tiempo que continuaba dirigiendo las investigaciones de sus alumnos. Sin embargo, Marie Curie no permitiría que ninguno de tales trabajos fuese presentado en las sesiones de la Academia, ni que figurase siquiera en los Informes de la Academia de Ciencias. Hubo que esperar diez años para ver reaparecer en dicha publicación una nota firmada por ella.

Pero si bien juzgaba que la primera institución científica de su propio país la había desairado, podía afirmar, con toda justicia, que la lluvia de descubrimientos internacionales provocada por sus primeros experimentos había transformado la evolución de la física. Una transformación que iba a continuar y cuyas consecuencias para el siglo XX habrían de ser profundas.

Los años que acababan de transcurrir, 1911 en particular, habían sido decisivos para la historia de la física atómica. En aquel año de 1911, Ernest Rutherford había concebido su propio modelo de átomo: un pequeño núcleo con carga positiva encerrado en una esfera electrificada, cargada negativamente. Al igual que las primeras observaciones de Becquerel sobre la radiactividad, la teoría nuclear del átomo formulada por Rutherford apenas si llamó la atención. Pero pronto se haría evidente su incalculable alcance.

Entre 1896 y 1911, la investigación en radioquímica y radiofísica había avanzado a un ritmo fabuloso, debido sencillamente a la cantidad y calidad de los investigadores entregados a aquel campo. La naturaleza de los rayos alfa y beta emitidos por los elementos radiactivos se comprendía ya perfectamente. En el laboratorio de Rutherford se había confirmado en 1909 que los rayos alfa procedentes de la desintegración radiactiva constituían la fuente, antaño misteriosa, del gas helio, y que las partículas alfa eran átomos de helio con carga positiva. Becquerel y Marie Curie habían demostrado que las partículas beta tenían carga negativa y que se trataba de electrones en rápido movimiento. Pronto se demostraría (en 1914) que los rayos gamma neutros de Paul Villard tenían una longitud de onda todavía más corta que los rayos X.

El conocimiento de la química de los radioelementos había progresado a la misma velocidad que el de la naturaleza fundamental de la materia. La idea de que la radiactividad era producida por la desintegración de átomos que se transformaban en átomos más ligeros al emitir partículas bajo la forma de rayos radiactivos, incitó a los químicos a buscar nuevos productos de desintegración radiactiva. Se habían descubierto numerosas sustancias radiactivas cuya «vida media» oscilaba desde algunas semanas hasta algunos días o algunos minutos, y que se diferenciaban considerablemente unas de otras por la cantidad de rayos alfa, beta o gamma que emitían.



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